Del erotismo y la vuelta

Para qué sirve el sexo

¿A qué venimos al sexo?     

No creo, como algunos, que el poder magnético del sexo recaiga en la prohibición. Pero su capacidad de atracción es innegable. Sobre todo cuando, en lugar de pasar la noche del viernes encamados mirando capítulos de Vikings, Mariana y yo nos bañamos, nos perfumamos, nos ataviamos, nos disfrazamos de extrañas criaturas de la mitología sexual urbana y nos decidimos a cruzar la Ciudad para refugiarnos, por ejemplo, en Libido o cualquier fiesta swinger de altos vuelos. ¿Qué nos arrastra de un extremo de la vida marital tradicional hacia la aventura de la promiscuidad consensuada?

     Si, como dice la voz popular, todo el mundo busca algo. ¿Qué buscamos nosotros? Mi teoría es que el placer está en el retorno; en la fantasía de regresar el tiempo con la sabiduría de la experiencia. “Volver”, dice Violeta “a los diecisiete, después de vivir un siglo”. Y no necesariamente a los diecisiete, pero sí a cualquier punto del pasado en el que la felicidad haya sido un bien más asequible que en el presente. Habrá, por ejemplo, entre los erotómanos de nuestra especie, alguna cuyo gozo esté en el disfraz, en la emoción del festival del kinder garden cuando era ella la del más hermoso vestido y  la que más elogios recibía enfundada en su traje de mariposa. Habrá otro que, al sentir el inicio de la curva en la cadera de una mujer nueva, sienta su cuerpo entero transportarse a esa antigua función de cine en donde la oscuridad daba salvoconducto al propietario de una mano para descubrir por primera vez el cuerpo de una novia adolescente. 

     A mí, me gusta la mezcla entre la posibilidad y el logro. Durante mis veinte, las cosas me venían con sencillez, pero como era joven, naturalmente, yo no me daba cuenta. Obtener, por ejemplo, la risa coqueta y cómplice de una chica atractiva no era difícil, pero cuando lo lograba, la sensación de éxito era comparable con la de escalar el Matterhorn. Visto a la distancia, el placer está en saber que, aunque los privilegios están al alcance de la mano, no por eso son, menos valiosos. Ahora podemos invitar a una pareja de amigos a pasar con nosotros la noche, o podemos reunirnos con un grupo amplio  y tener la certeza de que entre todos no hay beso imposible ni caricia que requiera cruzar océanos. Vivimos en una especie de cornucopia sexual. Nos hemos ganado, sin mucho esfuerzo, fueros eróticos inalcanzables para muchos y que siguen teniendo el dulce sabor de esos primeros besos que se robaban a quien dejaba las puertas de sus labios abiertas.

      A Mariana, creo, lo que la atrae es la candidez de los primeros años, la delicia de la desnudez sin malicia y la malicia del inocente sadismo. Ella, cuando nos dejamos perder en el mundo de los swingers es como una niña polimorfa a la que le hace gracia descubrir sus poderes de creación y destrucción sin que haya nunca funestas consecuencias. La vida libertina es un juego que se lleva a cabo en soledad, en pareja o en grupo, indistintamente y eso la transporta a la comodidad narcisa de la infancia.

      Intuyo en algunos el amor por volver a ser la reina de la graduación, o el chico más famoso de la secu. En otros, la complicidad de esos primeros días de luna de miel. En otros más, la euforia de la curiosidad satisfecha. ¿Será que hay también para quien el viaje consiste, precisamente en regresar a al época en la que nada había que buscar?

Fotografía al desnudo con mariposa
Bogdan Zwir

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