Sonidos y silencios

peripecias de la vida promiscua


Peripecias de la vida promiscua-

Leer las señales sexuales de Mariana es como buscar a Wally en un paisaje desértico. Es fuerte, clara, "asertiva"dirían los terapeutas modernos. Además, la conozco de memoria. El sexo con ella es un universo comprensible; el término que me gusta usar es "cómodo" pero a ella le parece sinónimo de "aburrido" y por lo tanto, no le gusta. Para mí lo cómodo está en todas las cosas que quiero, en el café, en la cama, en Vikings, en el el football de domingo por la noche, en las pizzas de la esquina de mi casa o en los huaraches con bistec y huevo de la otra esquina. Por eso no es raro que, una tarde cualquiera, mientras vemos la tele, empecemos a follar sin preámbulo alguno y los vecinos se enteren de que a mi esposa le está gustando. Aunque Cosmopolitan se empeñe en negarlo, nada hay de pecaminoso en esa clase de rutinas.  Sus orgasmos son, para mí un camino de certezas, y es una delicia provocarlos sin sorpresas en el camino.

     Leer a otras mujeres es una historia completamente diferente. Estando tan acostumbrado a repasar las letras de un manual de lectura de preescolar, de repente me veo tratando de descifrar la obra completa de Proust entre las piernas de alguna. No puedo decir que soy torpe; de algo me habrán servido tantas horas de vuelo en el ambiente, pero de todas formas me angustia. Llámenlo micromachismo, misoginia 2.0 o como quieran, pero el pequeño mexicano que llevo dentro sigue creyendo que es mi obligación extraer de una chica la mayor cantidad de orgasmos posibles para agradecer el favor de su preferencia. La mayor parte de las veces, enfrento esta situación como un reto intelectual, un ejercicio de exégesis erótica.

     Hay una mujer en particular a la que me tomó meses comprender. Todo funcionaba muy bien  cuando estaba con ella porque es casi tan fragorosa como Mariana, pero encadenaba orgasmos a tal velocidad, que me era imposible saber cuándo había acabado uno y empezaba otro. Después de largas jornadas, la complicación estaba en no poder elegir un buen momento para hacer pausa y tomar agua. Era extenuante. Delicioso, pero la misión era más adecuada para un amante con mucha mejor condición física que yo.  Luego de varias sesiones, varias copas, muchas charlas y una amistad que creció indispensable, el misterio de la pausa perdida se fue revelando poco a poco. Ahora me precio en saber que pude descifrar un cuerpo indescifrable.

La sexualidad tiene tantos matices que, si de vez en cuando, nos topamos con alguien que vive en una escala cromática completamente diferente, solo habla de la variedad de gustos, filias y sabores.

     Hay, por otro lado, mujeres a las que es sencillo entender. Sin importar cuánta estrategia pruebe, claramente, no les gusta lo que hago y no habrá manera en que congeniemos. A ese fenómeno, Mariana quizá lo quiera llamar la antiextraquímica. No hay nada de malo en ello. La sexualidad tiene tantos matices que, si de vez en cuando, nos topamos con alguien que vive en una escala cromática completamente diferente, solo habla de la variedad de gustos, filias y sabores. Eso no me perturba. En casos como ese, quizá sea mejor detenernos y hablar sobre la caída del Dow Jones. Pero éste no es, ni de cerca, el escenario que mejor me somete a pruebas de estrés.

     Irónicamente, hablamos de una de las mujeres con las que más me gusta estar. Nuestra Señora de la Salud es, si me permiten decirlo así, la reina del sexo silente. La primera vez pensé que no era muy aficionada a lo que ocurría. Y cuando, dulcemente me separó y me dijo gracias, tuve la sensación de que lo que único que agradecía era que, finalmente, hubiéramos terminado. Pero sus ojos decían otra cosa. Además, había algo en su respiración y en su sudor que me hacían pensar que ella no era como las que describí en el  párrafo anterior.  A ella sí le gustaba estar conmigo. Más adelante en la noche, se me acercó y volvimos a jugar. Nuevamente mutismo desconcertante, pero mi ego mellado tampoco podía creer que se me acercara alguien que no disfrutaba mi forma de tocar. 

    La ventaja de pertenecer al grupo de swingers a los que les gusta hablar, es que Nuestra Señora de la Salud y yo hemos tenido muchas ocasiones de tratar sobre el tema. Resulta que así es ella, silenciosa sin eso tenga nada que ver con el nivel de gozo. Mirándolo objetivamente, tienen sentido, no todo el mundo tiene por que dar voces que alerten a la policía. Pero viéndolo desde la perspectiva de alguien que tiene por compañera de almohada a un megáfono erótico, no deja de ser desconcertante. Aquí es donde la promiscuidad nos permite crecer,  y donde un polvo vale más que cien novelas de Cohelo. Aprender es entender que las nuestras no son las únicas maneras. 

     Hemos tenido, después de aquella noche, varias ocasiones para practicar comunicación erótica de formas que yo antes no comprendía. Sin duda, han sido menos de las que yo querría. Pero cada vez me acerco más a comprender que ella no grita con la garganta, que la estridencia de sus gemidos ocurre en la piel del estómago. Que si uno presta atención y escucha, no con los oídos si no con las manos, cuando se acerca el clímax, esa mujer deja escapar un aullido largo, emocionante y seductor.

Arte erótico sobre sexo oral.
Imagen: ? Vía: Sicalipsis

Etiquetas: